28 may 2012

La Máscara roja de la muerte blanca


(Con motivo de celebrar la llegada de Bela Lugosi al continente americano, ofrecemos a los visitantes de Unmaldía, una reversión del clásico de Edgar Allan Poe, titulado, "La Mascara -o Mascarada según me dicen por acá- De La Muerte Roja".)

 La Máscara roja de la Muerte blanca.
 by Edgar Allan Poett - Lavanda.

 Érase una vez, un pequeños país al sur del planeta, donde reinaba la calma absoluta y la mas repetitiva tranquilidad. Pero un día, sin que
 nadie pudiese haberlo anticipado, se desató una enfermedad que en poco
 tiempo se transformó en una mortal epidemia.

 Los primeros casos fatales, se registraron en los asentamientos
 precarios, que ladean el río que guarda la ciudad central. El foco
 infeccioso se expandió sobre las zonas aledañas, llevando de a decenas
 y luego centenas a una rapida y cruel agonía, seguida de una muerte
 segura e inevitable.

 La procedencia de las primeras víctimas, habitantes de la
 marginalidad, tentó que el prejuicio sea un arma útil al servicio de
 la tranquilidad, pronto la prensa sensacionalista bautizó como la
 "peste pobre" al padecimiento, y con este rotulo clasista los miembros
 notables y bien patrimoniados se creyeron a salvo de un destino
 predecible. Muchos señores y damas, inclusive sintieron un
 agradecimiento inconfeso, ya que la peste ahorraba esfuerzos de
 inteligencia en el combate contra la degeneración de la sociedad y el
 orden cívico, con una velocidad que superaba a cien dosis de alguna
 droga bien venenosa.

 Sin embargo, los sabios científicos aislaron el virus, y dieron un
 informe preciso sobre los alcances reales del padecimiento: en primer
 lugar, el virus no distinguía la clase social a la que su victima
 pertenecía y que por ende, podría infectar, e inclusive matar, al buen
 ciudadano. En segundo lugar, examenes realizados a burgueses que
 presentaron los primeros síntomas, confirmaban esta tesis, por tanto
 los enfermos debían permanecer en cuarentena imperiosamente. Tercero
 que todo ciudadano tiene prohibido transitar los barrios marginales y
 en caso de visitantes esporádicos del bajo mundo, se les facilitaría
 el objeto de su busqueda, con una tasación que logicamente se elevaría
 por el costo de la desinfección.

 Ni bien el informe se hizo público, la sociedad entró en pánico y un
 terrible griterío recorrió las calles, hasta llegar a los principales
 despachos en los palacios de gobierno. El parlamento votó una ley al
 respecto, pero un enfermo se encargo de que la peste recorriera el
 recinto y de los 127 diputados electos resultó sobreviviente un número
 que no alcanzaba para dar quorum. Por tanto el poder ejecutivo
 apresuró un decreto de estado de emergencia, donde ponía los fondos de
 las jubilaciones a disposición del costo en investigación, y sabiendo
 que implicaba un problema para las personas en estado de ancianidad se
 recordaba, que los únicos privilegiados son los niños. Por otro lado,
 debido a los disturbios producidos por enfermos que han perdido el
 respeto por la ley, se autorizaba el despliegue de personal de las
 fuerzas de seguridad, a fin de mantener a raya la infección.

 Luego de un tiempo se creó una vacuna que erradicaría la enfermedad.
 Pero el costo de la fabricación fué tal que solo una minoría del país
 podía acceder a su compra. Para el resto, un astuto buen hombre,
 desarrollo un medicamente paliativo, que impedía el curso de la
 infección sin eliminar al virus del todo, el enfermo no solo no se
 moría sino que ademas podía trabajar, claro esta, padeciendo algunos
 efectos de la enfermedad tales como el terrible sarpullido sangrante
 en el bajo vientre o las hemorragias constantes de sus globos
 oculares.

 Así la paz volvió a caminar entre el pueblo. Había un alegría
 generalizada, los autos sonaban las bocinas y los cohetes estallaban
 en el aire, todos estaban muy contentos, en especial los dueños de la
 industria farmaceútica y la medicina privada. Por tanto se organizó
 una enorme fiesta, donde asistirian los mas ilustres apellidos de la
 sociedad.

 El festejo imponía la obligación de asistir disfrazado y por la
 alfombra roja, entre flashes resplandecientes, circularon los mas
 variados disfraces. Desde faraones hasta piratas, pasando por miembros
 del Kkk o uniformes de policias, otro se disfrazo de cerdo y cuando le
 elogieron su disfraz, aclaró que en realidad era un espejo. Y así
 todos reían, festejaban, bailaban y se tiraban miradas de complicidad
 llenas de dobles intenciones.

 Pero entre todos los invitados, apareció por sorpresa un invitado,
 luciendo como prenda los lienzos habituales del populacho y sobre su
 piel las marcas características de un cuadro avanzado de la peste. El
 invitado había sido advertido en el fondo de la sala, y avanzaba hacia
 la entrada, mientras el público se corría de su paso, sin siquiera
 poder mirarlo fijamente.

 La peste llegó hasta la entrada, y utilizando las llaves que habian
 sido olvidadas puestas, cerró la cerradura para siempre, superando la
 inmunidad de una vacuna, que nunca fue testeada en gente bien
 patrimoniada.